Un reciente estudio[1] publicado por la Revista Española de Salud pública, concluye que:

“La visualización de pornografía influye en la salud sexual y reproductiva de los/las adolescentes. La distorsión sexual sobre las mujeres que provoca la visualización de material pornográfico de tipo dominante constituye un serio problema que puede incrementar la desigualdad de género. La pornografía mainstream debe abordarse en los programas de educación sexual en los colegios, así como en los diferentes estamentos de Salud Pública”.

Por otro lado, un informe reciente de Save The Children sitúa en 12 años la edad media en la que los menores empiezan a consumir pornografía. El 68% de estos lo consumen de forma frecuente.

Detrás de esa primera vez suele estar la curiosidad, casualidad o la sugerencia de un amigo, hermano o compañero. Dicho visionado les suele dejar muy conmocionados/as por no comprender lo que han visto, incluso, en algunas ocasiones, les afecta profundamente. A menudo, los usuarios quedan intrigados/as para seguir buscando dichos contenidos.

Estamos hablando de la pornografía convencional, que es lo que predomina de forma gratuita en internet. Esta va dirigida a excitar y satisfacer a los hombres, por ello el 80% de los usuarios son varones. Es cierto que está surgiendo otro modelo de porno respetuoso para la mujer, pero por desgracia, es escaso y no suele ser gratuito.

La facilidad de acceso a internet, así como, el acceso a edades tempranas a dispositivos como móviles o tablets ha permitido que los niños/as se inicien en contenidos sexuales para los que no están preparados/as y no saben interpretar correctamente, ya que van dirigidos a adultos.

Las consecuencias del consumo de estos contenidos a edades prematuras, como la infancia o la adolescencia, pueden ser ciertamente negativas:

  • Estos adolescentes o preadolescentes se crean una idea distorsionada acerca de la sexualidad, ya que lo que ven en el porno lo asumen como real, no como lo que es, una fantasía.
  • Se favorece un aprendizaje de actitudes agresivas (insultos, vejaciones, agresiones…) en el ámbito sexual, normalizando incluso la cultura de la violación, en la que no hay preocupación por la mujer ni por cómo se siente, tal y como ocurre en muchas violaciones en manada, situaciones que podrían identificarse perfectamente con escenas de una película porno.

  • Se potencia la construcción de estereotipos de género perjudiciales: perpetúan el sexismo, convirtiendo a la mujer como un mero objeto de placer, sumiso y pasivo, donde sólo se muestra de ella la vulva, los pechos y el culo, cosificándola en partes del cuerpo sin rostro, deshumanizándola.

  • En la pornografía convencional, no aparece el consentimiento por ningún lado. Las niñas y adolescentes pueden asumir que eso es lo que se espera de ellas, entendiendo que las mujeres siempre tenemos que estar dispuestas, ser sumisas y responder a las demandas de los hombres. En consecuencia, muchas veces se inician en prácticas que no desean y para las que no se sienten preparadas, viviendo situaciones traumáticas.

  • Por imitación de lo que aparece en la pornografía, en la que, por ejemplo, no se ve la utilización de preservativos, los consumidores jóvenes de estos contenidos son más propensos a realizar prácticas sexuales de riesgo.

  • Cuando estos niños y adolescentes que visualizan con frecuencia productos pornográficos llegan a tener relaciones sexuales, es frecuente que tengan insatisfacción sexual. Por una parte, no disfrutan por la ansiedad que les genera el miedo a “no estar a la altura” de eso que ven y se creen que es real. Por otro lado, si se encuentran con personas que no cumplen las expectativas de lo que aparece en el porno, se frustran porque tenían idealizadas esas prácticas sexuales.

  • A menudo, genera una insatisfacción de su propia imagen mermando la autoestima debido a que en estos vídeos se otorga demasiada importancia a los atributos físicos y estéticos, por ejemplo, al gran tamaño de los miembros o a las proporciones de unos cuerpos atléticos. En este sentido, un reciente artículo[2] de la Journal of Health Psychology concluye que “la pornografía está asociada a una imagen corporal negativa, así como, a una insatisfacción de la imagen corporal y sexual y en los adolescentes se relaciona con una mayor vigilancia de su cuerpo”.

  • La pornografía puede ser adictiva. Según un artículo del Instituto de Neurociencias Aplicadas sobre los efectos de la pornografía en el cerebro de los adolescentes, alerta de que “la industria pornográfica se comporta como una droga, y es que, a diferencia del placer que la práctica sexual puede llegar a provocar en nuestro organismo, el placer otorgado por la pornografía puede llegar a generar un comportamiento adictivo debido a la mayor cantidad de dopamina que este desencadena”. Y añade: “Mientras más se altere el circuito de recompensa, se requerirá mayor exposición en frecuencia e intensidad de los estimuladores para poder alcanzar el nivel de dopamina deseado. Esto se expresará en una migración de los adolescentes a la visualización de contenidos pornográficos cada vez más peligroso y nocivos, excediendo largamente los estándares de lo aceptable, alcanzando niveles alarmantes. Los adolescentes que se vean expuestos a estos contenidos con mayor regularidad, los considerarán como normales y empezaran a adquirir conductas de riesgo que, en definitiva, perjudicarán su desarrollo”.

  • Conductas como el sexting (acto de enviar, recibir o reenviar fotos o videos con contenido sexual a través de dispositivos electrónicos o redes sociales) están aumentando en los últimos años entre los menores. Probablemente la normalización de la pornografía hace que los menores banalicen dichas acciones. Un paso más allá en estas conductas se produce por parte de algunos/as menores, que suben fotos o vídeos de contenido sexual a plataformas como OnlyFans por dinero, a pesar de ser una aplicación para adultos.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que, a estas edades, se aprende en gran medida por imitación y las imágenes tienen mayor capacidad de calado en sus cerebros.

A todo esto, se unen otras fuentes como vídeos musicales, canciones (de reguetón, trap…), programas y series también les sirven de aprendizaje de una distorsionada sexualidad que está haciendo mucho daño a este colectivo y a la sociedad en general.

Como resultado, muchos preadolescentes y adolescentes tienen conductas hipersexuales no acordes a su etapa evolutiva y viven la sexualidad desde un enfoque desvirtuado.

Para prevenir todas estas consecuencias negativas del consumo de pornografía es primordial realizar programas de educación afectivo-sexual, que transmitan a los preadolescentes y adolescentes una visión sana de la sexualidad. Es primordial que asuman que se requiere madurez para realizar ciertas prácticas sexuales, por el bien de su salud física y psicológica. Y, por supuesto, que tomen conciencia del cuidado mutuo y el respeto imprescindible en cualquier encuentro sexual.

Para ello, tras más de 25 años de educación afectivo sexual, he desarrollado un programa integral que aborda esta problemática y otras similares, en el ámbito afectivo sexual, que han ido surgiendo durante los últimos años (p.e. prevención de conductas sexuales de riesgo, prevención de violencia de género, etc.). Dicho programa se puede implementar en las aulas o a domicilio, con grupos reducidos. Esta formación educativa suele ir acompañada de una sesión con los padres, madres y/o educadores para saber afrontar la educación afectivo – sexual en familia.

El objetivo es que los menores se conozcan, acepten, vivan y expresen su sexualidad de manera sana y responsable.

Si quieres que te amplíe información, ponte en contacto conmigo.


[1] “Relación de la pornografía mainstream con la salud sexual y reproductiva de los/las adolescentes. Una revisión de alcance” (Autores: Óscar Román-García, Amaia Bacigalupe Y Cristina Vaamonde-García. 04-Jul-2022)

[2] : “La influencia entre la exposición a la pornografía y la imagen sexual y corporal. Una revisión sistemática” (Autores: Georgios Paslakis, Carlos Chiclana Actis y Gemma Mestre-Bach– 2020)